La enfermedad inflamatoria intestinal (EII) es una enfermedad crónica y autoinmunitaria. No se conoce la causa, pero se cree que se desarrolla en pacientes genéticamente predispuestos por exposición a factores ambientales como el tabaquismo, la dieta, cambios en la microbiota, etc.
Dentro de la EII se encuentran la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa (CU).
Enfermedad de Crohn (EC)
La enfermedad de Crohn afecta a todo el tracto digestivo, desde la boca hasta el ano, siendo el intestino delgado y grueso los más afectados normalmente. La inflamación se presenta con un patrón discontinuo, hay tramos de intestino que están afectados y otros tramos que están sanos. En las zonas inflamadas pueden aparecer lesiones que afectan a todo el recubrimiento del intestino y pueden provocar complicaciones como estenosis del lumen, abscesos o fístulas. En algunos casos también pueden aparecer manifestaciones que afectan a órganos y tejidos fuera del intestino, como articulaciones, piel, ojos, etc. Los síntomas más comunes de la EC incluyen dolor abdominal, diarrea y pérdida de peso.
Colitis ulcerosa (CU)
La colitis ulcerosa afecta el tramo del intestino que comprende al colon y al recto, pudiendo manifestarse en todo el tramo o únicamente en una parte. La inflamación se presenta en un patrón continúo partiendo desde el recto y afecta a la mucosa y la submucosa, en casos severos aparecen úlceras.
La sintomatología más común es la presencia de sangre en las heces, dolor abdominal, necesidad de evacuar durante la noche y cólicos previos a la defecación que se ven aliviados tras esta. Los síntomas variarán en función de la zona que se vea afectada.
Ambas cursan con períodos en los que la enfermedad está activa y períodos de remisión en los que la enfermedad permanece inactiva. Los períodos en los que la enfermedad está activa se conocen como brotes y es cuando el paciente manifiesta la sintomatología asociada a la inflamación. Se considera que el brote ha remitido cuando desaparece la sintomatología. La fase de remisión puede durar de semanas a años hasta que se manifieste el siguiente brote.
Alimentación en fase de remisión en la enfermedad inflamatoria intestinal
El tratamiento de la EII está dirigido a reducir la inflamación, prevenir las complicaciones y procurar que el paciente tenga una calidad de vida normal. Las intervenciones terapéuticas incluyen implantar hábitos saludables, fármacos y control dietético.
La desnutrición en pacientes con EII es muy prevalente, sobre todo en pacientes con EC en los que se ve afectada la zona del intestino delgado. En algunos pacientes aumentan los requerimientos de proteína y energía en la dieta. Por otra parte, a causa de la sintomatología asociada a la inflamación muchos pacientes optan por hacer una dieta restrictiva, lo que se asocia con deficiencias en micronutrientes que pueden condicionar la evolución clínica de la enfermedad.
Generalmente, no es necesario seguir una dieta restrictiva o de eliminación durante la fase de remisión, pero es importante estudiar cada caso y valorar el tipo de dieta más adecuada para cada paciente, ya que pueden aparecer intolerancias alimentarias o mala tolerancia a algunos alimentos.
Es necesario que todos los pacientes reciban asesoramiento de un nutricionista como parte del enfoque multidisciplinario con el fin de mejorar la terapia nutricional, evitar la desnutrición y los déficits de micronutrientes.
La dieta en fase de remisión, al igual que en el resto de población, debe ser lo más equilibrada, variada y sana posible, como la dieta mediterránea. Solo se retirarán de manera personalizada los alimentos que dificulten la digestión o empeoren la sintomatología.
La dieta mediterránea se caracteriza por ser un patrón de alimentación saludable, equilibrado y que asegura el aporte necesario de micro y macronutrientes y es beneficiosa para la salud.
Se basa en el consumo de productos de temporada y proximidad, evitando alimentos procesados que contengan cantidades elevadas de grasas trans, saturadas y azúcares añadidos. Siguiendo el patrón de dieta mediterránea se deberían consumir unas 5 raciones al día de frutas y verduras, legumbres dos o tres veces por semana, potenciar el consumo de cereales integrales y evitar las harinas refinadas. El aporte de proteína en la dieta mediterránea se hace a partir de carnes magras (las carnes rojas o más grasas deben consumirse solo de manera ocasional) pescado blanco y azul, el cual se debe consumir como mínimo 3 veces por semana por su alto contenido en omega-3. Otras fuentes de omega-3 en la dieta mediterránea son el aceite de oliva virgen extra y los frutos secos.
Numerosos estudios han demostrado que la ingesta de fibra dietética puede prolongar la remisión y reducir las lesiones de la mucosa intestinal durante el curso de la enfermedad.
En períodos en los que la enfermedad no está activa se recomienda introducir alimentos ricos en fibra de uno en uno en pequeñas cantidades, y poco a poco ir aumentándolos, si se toleran bien, hasta alcanzar las cantidades diarias recomendadas, aproximadamente de 10-14 g de fibra dietética por cada 1.000 kcal.
Para asegurar un correcto aporte de fibra se deben consumir al día 5 raciones entre fruta y verdura, cereales integrales a diario y legumbre mínimo 3 veces por semana.
Al igual que con el resto de la dieta, se debe adaptar la cantidad de fibra a cada paciente en función de su tolerancia y sintomatología.
La EII debe tratarse de manera individualizada y adaptar la dieta a cada paciente. El objetivo nutricional es evitar la desnutrición y el déficit de micronutrientes, así como acompañar al paciente en las fases en las que la enfermedad está activa para mejorar la sintomatología.